De todos modos el desierto está en nosotros y podemos reconocerlo o discernirlo en los lugares o acontecimientos de nuestra peregrinación...
Es una condición (en relación desde luego con la soledad de la persona) y también una conciencia. El hombre se descubre según se sumerge en la realidad que lo levanta, o -mejor- se deja elevar a la participación de la trascendencia, a su condición "celeste", adonde Dios lo llama y lo rapta.
El desierto significa: "siempre más allá." Y la paradoja de su quietud consiste precisamente en esa escala, que lo introduce en su intimidad inaudita e inefable... Lo que parece tan lejos está demasiado cerca...
Aún podemos vencer las apariencias y "nacer de lo Alto", en Espíritu y en Verdad.
Alberto E. Justo