La "atención" precisará siempre de un horizonte que atraiga y eduque. No hemos de prestar atención a todo lo que presentan nuestros sentidos. Por el contrario esto ha de ser harto prudente y selectivo.
Por lo general dejan esos datos heridas en nuestra conciencia, las cuales no cicatrizan lo rápido que sería de desear. Purificar la "atención" es un camino ascético que comporta una separación y un ejercicio de valor y de coraje, sobre todo con respecto a cuanto caprichosamente nos rodea hoy.
Purificar la atención comporta, antes que nada, una purificación del deseo, una mortificación de la curiosidad, aún en aquello que nos sorprende en momentos de pasividad y que, ciertamente, no hemos buscado.
No se trata sólo de no salir a buscar. Se trata de no dejarse atrapar por lo que nos asalta. La "atención" juega un gran papel en esas ocasiones, cuando el arribo de lo que no aguardábamos resulta inevitable.
Ejercicio y valor, pues. Sin preocuparse nunca de qué cosas dirán por ahí a raíz de actitudes nuestras.
Abramos el horizonte límpido y transparente que el Señor nos regala a cada paso y no atendamos lo que es exterior o extraño al vero camino de nuestra peregrinación.
Alberto E. Justo