La "memoria" trae a la conciencia un paisaje libremente elegido: extendido, bajo el cielo, abierto en el mar, sin medidas... Estas indudables aperturas interiores otorgan un gran gozo cuando nos hemos ejercitado en ellas, buscando, más allá de sus límites, horizontes que, tal vez, ya no tenemos delante.
Pero "aquello" que alguna vez contemplamos o logramos crear en nuestro interior está presente en nosotros y es símbolo de realidades más profundas. Porque ningún paisaje acaba en sí mismo y siempre es mensaje de liberación.
Pero lo mismo acontece con una obra de arte, cualquiera sea. Entonces lo recibido por nuestros sentidos nos dice que hemos de pasar más allá.
Días pasados hablábamos de un "bello claustro"... Podríamos decir lo mismo de esos instantes de silencio y de paz que, a veces, se suceden en las jornadas de nuestro camino. Se trata de un apertura hacia lo alto que puede actuarse también en las horas de dolor.
Es indudable que un bello claustro evoca inmediatamente un género de vida que se orienta a la bienaventuranza eterna. Son los acordes primeros de una obertura que, poco a poco, abre otras puertas hasta llegar a la realidad inefable e inexpresable.
¿Qué decir de los ojos transparentes y orantes, que pintó el Greco, en la imagen del Salvador portando la cruz? Ojos elevados al Padre, como en el "Expolio", por encima de esa terrible multitud ruidosa y opresora que lo despojaba de todo...
Sea el orante testigo y consciente de esta tragedia... Y eleve decididamente su espíritu sobre la necedad y torpeza circundantes. Insisto en que ha de ser posible, sobre todo cuando suplicamos, nosotros con Él, al Padre la gracia del silencio y de la paz.
Alberto E. Justo