Guarda en tu memoria y en tu secreto esas aspiraciones que de Dios vienen y a Él tornan. Descubre tu monasterio en las entretelas de tu corazón y no te apresures a "parecer". Más bien, al contrario, procura "ser" en verdad. Construye tu claustro en silencio y que los nuevos muros que levantas te escondan de curiosos y parlanchines.
Sorpréndase el mundo de esas "ausencias" indeseadas, de los que están ocultos y siguieron libremente el camino...
Los cronistas, luego, buscarán motivos y requerimientos humanos para explicar y explicarse lo que no entienden.
¡Recógete en la Palabra de Dios! Eleva esos muros y cierra aquellas puertas... Abre estas otras, claro, que no despiertan ni envidia ni recelo.
Permanece en el Corazón...
Alberto E. Justo