Escribir a
pesar de todo, más allá de cualquier debilidad… Más
allá y más aquí. Con el gozo del sentido del absoluto de Dios. Sólo Dios en Dios. Sólo Él en Él. Tu mismo,
Señor, que nada más que Tú.
¿No sería más que interesante oportuno
señalar ahora un nuevo despertar en la oración? ¿Qué digo? No lo sé muy bien,
pero esto de nuevo despertar tiene un
admirable sentido y despierta un eco nuevo también en el corazón.
¿Has pensado, alguna vez, en la simple
acogida, en la más simple apertura a la Presencia de Dios, sin más y sin otra cosa que
considerar que ella sola?
Pues bien, imita a los santos y a la
experiencia de las almas más privilegiadas… Sí, sin reparos y sin rubor: no hay
hecho ni carisma en la vida de la
Iglesia que no esté al servicio de la santidad.
Al atardecer, o –simplemente- a la
noche, abre o cierra la ventana de tu habitación… O la puerta, o lo que sea.
Deja un libro en su lugar, cierra un armario… Cualquier actividad pequeña, lo
que sea.
Y luego, vuélvete. Dobla tu cabeza
hacia la parte más oscura de la estancia e imagina que el Señor está allí
mismo… Porque aunque no sientas nada Él está allí, porque está en tu corazón
especialmente y en todas partes. Y ten paz, y silencia todo, y no temas.
Es Él mismo, porque Él Es. No hay duda:
no puedes apartarte ni escapar ni esconderte porque te sabes desnudo. Él vendrá
–siempre- a llamarte y a preguntarte. -¿Dónde estás?
Y te llamará una y otra vez… Y tu
dirás: - Señor, no, aún no he rezado lo que es de mi obligación, me falta
ayunar, hace varios días que no medito, estoy con los nervios a flor de piel…
Y Él, sin duda, insistirá: -¿Dónde
estás?
Y tu, de nuevo, tendrás miedo porque no
sabes desde dónde oyes que te llama…
¿Cómo decirlo? No sabría en este
momento, ni en ningún otro, traducir lo que realmente pasa. Porque todo es
SILENCIO, sí, silencio pleno que se explica a sí mismo.
¿Dónde estás? ¿Dónde has ido a
esconderte? Hay mil cosas que te ocultan… Estás detrás de reparos, de
proyectos, de instituciones, de modos; eso, eso, sobre todo de modos y de
maneras. Y te empeñas en multiplicar las ilusiones de métodos inalcanzables
para refugiarte mejor, para rechazar mejor, una Presencia tan simple e
inmediata.
¿Es posible, aun hoy, reposar en la
inmediatez y en la confianza? Porque tantos reparos y métodos cantan bien claro
que no tienes confianza ni abandono en Dios. Te separas de Él por las
modalidades…, lo alejas –una y otra vez- porque interpones ese “yo” travieso que
no calla y se planta entre Él y tu y hace dos donde sólo ha de ser Uno.
Pero todo el secreto es que, de una vez
por todas, te animes a plantear la verdad: NO
CONFIAS. No confías en el “modo” de Dios sino en tus maneras. No hay
verdadero abandono ni desprendimiento alguno de todos esos métodos que se
desencadenan, como un pesado alud, desde el fondo de un pasado que es puro
ocaso y nada más.
Por tanto, vuélvete, calla, hacia lo
más oscuro de tu estancia. Calla y trata de escuchar…
Alberto E. Justo