Cuando faltan
argumentos es que... ¡hay demasiados! La abundancia excesiva de “cosas” y de “cuestiones”
acaba por trabar los caminos y dejarnos inmóviles. Arte valiosa es ahondar la
mejor senda y hallar en sus grados lo que no se encuentra en la multiplicidad o
en la confusión.
Otro tanto ocurre
con lo que llamamos “actividad”, esa obsesión por hacer esto o aquello, que
termina por dejar todo postrado y sin los resultados apetecidos.
En suma, no es
bueno dispersarse y tener por fecundo lo que nunca acontece. ¡Cuántas veces nos
lamentamos por no alcanzar esos objetivos o aquellos otros resultados! ¡Y cuánto
nos equivocamos cuando generamos una “preocupación” tras otra para darnos la
sensación de que... “hacemos algo”, de que estamos... al día y a la hora!
Deja que aquél vehículo
se vaya, no lo corras... Esfuérzate por aprender la quietud y alégrate si has
de “aguardar” un poco más. Esos espacios son riquísimos para meditar, para
orar, para caminar, para vivir.
El “culto” de la “oportunidad”
no es “absoluto”. Hay oportunidades, muchas desde luego, pero podemos con fruto
dejar algunas.
En el fondo está el
diablillo de la “competencia” que tanto molesta a veces, empujando sin ton ni
son para que nos tengamos por “mejores”.
La superficie
esconde siempre la hondura. Es urgente romper caparazones y penetrar más
adentro ¡aunque no nos vea nadie! Y esto es lo mejor: andar sin ser notado. Sin
presunción alguna, en silencio.
Alberto E. Justo