domingo, 30 de junio de 2013

vano es abusar de la palabra

Se percibe, a veces lejano, el eco de la tempestad. Pero también es frecuente, y muy frecuente, hallarse en medio o debajo de ella, padeciendo efectos que no son agradables.
En suma, los vecinos hablan demasiado y la palabra sin el ámbito del silencio produce hondas heridas y diversos males... Es el “signo” de la “hora”, de la terrible hora, que sacude su rigor cuando menos lo aguardamos.
“La palabra manoseada, sin el señorío del silencio y de la discreción.” Entonces como hoja afilada deja trazado su paso sangrante... o provoca la enfermedad o la muerte...
¡Cuánto gana el hombre callando! ¡Cuánto mal ahorra a próximos y extraños!
Términos y vocablos arrojados donde no se sabe y de cualquier manera. La palabra es el más noble de los signos que tiene el hombre, pero puede convertirse, envilecida, en el peor de todos.
Cuando oigas despropósitos o errores, cuando lleguen esas tristes risotadas que agitan el aire por todos lados: calla tú, serenamente, en la percepción de tus sentidos. Déjalos en vacación y en paz. Cuando atendemos demasiado gritamos y nos agitamos en la misma medida que escuchamos.
El ruido desacompasado no dice nada. Es pura vaciedad y molestia. Entonces: nada. Que el Señor conoce el corazón y está en las entrañas. Si el dolor quiere asaltarnos sepamos sumergirnos en la laguna de la paz, con la clara convicción de que no somos “eso” que tanto hiere...

Alberto E. Justo