Se percibe, a veces
lejano, el eco de la tempestad. Pero también es frecuente, y muy frecuente,
hallarse en medio o debajo de ella, padeciendo efectos que no son agradables.
En suma, los
vecinos hablan demasiado y la palabra sin el ámbito del silencio produce hondas
heridas y diversos males... Es el “signo” de la “hora”, de la terrible hora,
que sacude su rigor cuando menos lo aguardamos.
“La palabra
manoseada, sin el señorío del silencio y de la discreción.” Entonces como hoja
afilada deja trazado su paso sangrante... o provoca la enfermedad o la
muerte...
¡Cuánto gana el
hombre callando! ¡Cuánto mal ahorra a próximos y extraños!
Términos y vocablos
arrojados donde no se sabe y de cualquier manera. La palabra es el más noble de
los signos que tiene el hombre, pero puede convertirse, envilecida, en el peor
de todos.
Cuando oigas
despropósitos o errores, cuando lleguen esas tristes risotadas que agitan el
aire por todos lados: calla tú, serenamente, en la percepción de tus sentidos. Déjalos
en vacación y en paz. Cuando atendemos demasiado gritamos y nos agitamos en la
misma medida que escuchamos.
El ruido
desacompasado no dice nada. Es pura vaciedad y molestia. Entonces: nada. Que el
Señor conoce el corazón y está en las entrañas. Si el dolor quiere asaltarnos
sepamos sumergirnos en la laguna de la paz, con la clara convicción de que no
somos “eso” que tanto hiere...
Alberto E. Justo