Grande es el temor
que al fracaso o a la adversidad nos asalta... Y grande ha de ser nuestra
compasión y nuestro dolor cuando la contrariedad parece triunfar en la vida o
cuando los hermanos sufren y padecen en las mil “derrotas” de este mundo.
¿Hay otras maneras
de expresarlo? Desde luego. Lo que nos interesa es la transparencia y la sinceridad
en las pruebas. La “severidad” de ciertas horas es innegable...
Pero podemos
proponer una meditación que nos invite a una “elevación”, más allá y más a lo
alto de tantas situaciones “intolerables.”
Porque en el orden
del “espíritu” no existe la contrariedad. El Señor nunca nos niega su Presencia
y ante Él no hemos de fingir nunca y estar prontos a confiar siempre.
Lo que no se logra
en este mundo (por decirlo así) se encuentra en el Misterio de Cristo-Jesús
participado por gracia en nosotros. Y es tal y tan inmenso el don de Dios que
todos podemos hallar ese “espacio”, ese “lugar” que Él ya nos prepara y dispone...
Y no falla, desde luego.
Es posible que no
logremos un mínimo aceptable en los ambientes que habitamos y en esa historia
de todos los días, que no juzgamos con benevolencia, precisamente cuando
creemos tropezar y caer en mil circunstancias...
Pero es seguro que
el Señor ase y levanta nuestro corazón habitándolo y aún dándonos el Suyo como
nuestro. Esta inefable “comunicación” ha de ser asumida y aceptada, en silencio
y en confianza.
Aquél que vino a los
suyos y éstos no lo recibieron jamás nos rechazará ni nos negará su amor
infinito.
Alberto E. Justo