martes, 20 de noviembre de 2012

no te detengas en tu angustia


El desierto, el mar, los paisajes ricos en horizontes infinitos, nos circundan en la realidad más honda, porque todos ellos nos dicen algo de la interioridad que no tiene confines.
Pero cuando el asalto de ambientes y situaciones, cuando la angustia de nuestros días se hace patente, entonces nos parece perder la dimensión vital y caer en ese subsuelo que nos aplasta y nos ahoga...
Entonces levantamos nuestra mirada a lo alto, aguardando la benevolencia de Dios, su compasión, su ayuda, para salir del apretujón, para proteger nuestra salud y nuestra vida...
Y ¿qué ocurre? Es frecuente que Dios calle y nosotros lamentemos su “ausencia”... Es frecuente que busquemos explicaciones de cualquier índole, con tal de superar nuestra impotencia... En definitiva no encontramos alivio, el alivio que suponíamos tan fácil para quien todo lo puede... ¿Por qué?
Una primera y modesta respuesta: porque nunca salimos de nuestro paisaje y nunca dejamos de ser lo que somos (o quienes somos). Una segunda respuesta: porque nuestra mirada a lo alto no es acertada. Nos volvemos a “un” Dios “enojado” y “mediado”, lejano en definitiva, a través de la “mirada” y los “rostros” de “otros”, seguramente munidos de los poderes y estilos de este mundo. “Autoridades” que pretenden identificarse con lo divino y cerrarnos las puertas de la paz.
Entonces: dejemos de lado a los arcontes, aunque vistan de lujo y empuñen bastones insospechados. Vayamos a Dios directamente y descubramos su inimaginable intimidad.

Alberto E. Justo