lunes, 5 de noviembre de 2012

sin título y sin porqué


Sin saber ni conocer.... ¿qué cosas? Sin haberlo sospechado así. Un buen día, quizá una tarde, cuando el ocaso encendía distintos tonos en el horizonte. ¿Qué más? Pues entonces y nada más.
         Los muros estaban vacíos, desiertas las paredes de la casa. Las ventanas sin cortinas, las puertas sin sus llaves. Nada invitaba a quedarse, porque ni hogar, ni chimenea, ni cuadros, ni flores. ¡Triste y desolado lugar!

         En la otra vertiente... ¡Dios mío, qué alud, qué derrumbe! Caían, como una plaga invasora, como aquellas nubes de langostas, personas y más personas, atropellándose unas a otras, andando tan ligero que nunca llegaban a destino...
         Mi pregunta fue inmediata: -¿estoy yo realmente aquí? En suma, cuando el rechazo y el estupor angustiante estrechan la respiración y casi la ahogan: ¿estamos en verdad allí, o venimos de otra parte, quizá desde muy lejos, o nunca nos fuimos del lugar en el cual nos hallábamos y ahora nos engañamos?
         El alma, como el ave antigua, vuela y se eleva y no tolera los sombríos sótanos de la crueldad y de la tiranía de cosas y de entrelazadas costumbres... Son las imposiciones que se generan en terribles egoísmos. Pues los más terribles son los más “justificados”. Cuantas mayores y más abundantes razones esgrima para imponerme, más lejos estaré de la “razón” que pretendo.
         El espíritu tiene, en cambio, vocación de altura... Y vuela, tal vez adonde no sabemos... El soplo, que es respiro, lo lleva, lo envuelve, lo adopta, se torna uno... No puedo justificarlo ni explicarlo. No puedo reducirlo, porque sus dimensiones no se pueden pesar ni medir. Pero lo sé, lo conozco; lo conozco sin poder traducirlo... Simplemente lo veo, como veo el corazón a través de quien señala el símbolo del corazón de carne, tal vez en su propio cuerpo.
         Y lo aprendo en esas historias maravillosas, en esas imágenes y figuras del tesoro de una tradición siempre fecunda... Por ello admiro al perro de Odiseo, único en “reconocer” al héroe.
         Esto es leer más allá o, simplemente, ver más allá, que significa “más adentro”.
         ¿Dónde estoy? Es imposible responder con categorías usadas o de  segunda mano... Es preciso, si pretendemos una respuesta veraz, atravesar las nubes y subir más allá...
         No es fácil ni placentero subir o seguir por suposiciones o con promesas... No nos conformamos con pruebas escasas... Ocurre que... dudamos ¿Entonces?
         Pero hay un tesoro escondido, un testimonio, una certeza. Sería muy vulgar difundirla o apresurarse en un discurso que no cabe en expresiones corrientes. Nada grande se resuelve en una fórmula. Por ello detenemos un tanto nuestra marcha para contemplar el paisaje.

        Alberto E. Justo