Buscamos nuestra "casa", nuestro hogar verdadero, que se halla -sin duda alguna- en la intimidad de nuestro secreto con Dios. No tenemos que viajar para dar con él, pues ya lo tenemos. Lo que nos importa sobre todo es una condición, la realidad que ya no se pierde, del Don de Dios.
Los "distraídos" de nuestros días creen que los dones de Dios pueden convertirse en "dones" del hombre. Y juegan al disparate pensando dominar con no sé cuál destino que los ciega.
Tantos perseguidos sufren a los imbéciles y a los cobardes. Hemos caído en las garras de timoratos y estúpidos, incapaces de obrar con verdad y valor, esclavos miserables de un mundo que termina en las ruinas y en la muerte...
Sabemos muy bien que no pertenecemos al engaño o a la mentira, que hemos sufrido y sufrimos la cínica sonrisa de los fariseos...
Alberto E. Justo