Con tanta frecuencia topamos con "gente reunida", hablando, diciendo y repitiendo... El hombre contemporáneo no puede callar. Y habla, del modo que sea, aun sin conocer bien la lengua de sus interlocutores. Es verdad que el silencio, hoy, brilla por su ausencia, pero también es verdad que son muy pocos los que saben lo que dicen o pueden intercambiar palabras en un lenguaje elevado... No se trata de saber sino -al menos- fingir que se sabe. Por ello los temas, que se expresan en modo tan disparatado, sólo impresionan a los incautos.
¿Es necesario insistir? Quizá sea urgente una humildad que regule el deseo de hacerse oír como sea y lo que sea. Y no dar importancia a lo que carece de ella.
El peregrino no aprende el silencio simplemente callando. Es orando, en secreto como se aprende a orar.
Alberto E. Justo