Desde hace mucho tiempo el hombre insiste en su poder y en su fuerza; y lo único que ha logrado es deshacer y demoler su propia casa. Es evidente porque se trata de una derrota reiterada de su impotencia... De camino pierde en su trayectoria lo más preciado que posee y se hunde (quiéralo o no) en su propia necedad.
Ahora, en cambio, no acierta en sus tareas sino esclavizando, sin perdonar, con creciente hostilidad, a sus acompañantes.
No es menor la agresividad de aquellos indiferentes que contemplan perdidos panoramas, guardando con furia el dolor del prójimo o perdiendo entre alcornoques las ilusiones de ayer...
¡Despertad los que dormís en vuestros lechos! Pronto, muy pronto, no tendréis ninguno.
Alberto E. Justo